- por Natalia Espinosa estudiante de Ciencias de la Comunicación para el Diario del Juicio
Fotos: Carolina Frangoulis
El viernes 13 de Septiembre, se realizó la inspección ocular en uno de
los centros clandestinos de detención (CCD) más importantes del norte del país:
el Arsenal Miguel de Azcuénaga. Los testigos fueron recorriendo lugares de
referencia donde estuvieron detenidos en la última dictadura militar. El dolor
palpitaba en sus voces pero no impidió que relatasen los horrores vividos allí.
El recorrido nos desplazó ineludiblemente al Galpón número 9. El
recinto todavía conserva el alambrado original, allí se encontraban también las
casillas de torturas (que fueron demolidas) y el galpón. Divido en dos con
entradas independientes, el edificio conserva aún los vestigios que no se han
podido quitar a la hora de borrar evidencias: marcas de brea en las esquinas y
las juntas de la pared, delimitaciones de espacios individuales y reducidos
donde fueron alojados los detenidos, pequeñas ventanas enrejadas por donde
apenas entra luz, y pequeñas aberturas en las paredes externas conocidas como
respiraderos.
“Sabíamos que nos espiaban y nos controlaban por las ventanas… porque
yo había encontrado un pedacito de Gillette y estaba cortándome las uñas y
entró el jefe de guardia… ellos usaban unos látigos que hacían con un trenzado
de cuatro, cinco cables; y me sacó a los latigazos limpios por todo el campo
aquel. Casi me mata, estuve una semana sin poder caminar” relata un testigo
mientras señala el lugar.
Sumergidos en sus recuerdos, los sobrevivientes al CCD el Arsenal
manifiestan al tribunal todo lo que sus sentidos percibieron durante su
privación ilegítima de la libertad.
“El cuatro o cinco de Diciembre del 76’ nos cortaban trapos para
taparnos los ojos y los oídos para que no escuchar la ráfaga del tiroteo,
adentro sabíamos que había empezado el fusilamiento” “Se sentían las
ametralladoras cuando mataron a Iramain y a todos ellos. Sí, se sentían los
tiros y se sentía el tiro de gracia después” agregaron otras testigos. Para
constatar los relatos de las víctimas se dispuso hacer dos disparos a cien
metros, que movilizaron a todos los concurrentes, y se escucharon perfectamente
desde el galpón.
“Las casillas de torturas estaba por ahí atrás. Muchas veces nos
dejaban colgando afuera, nos dejaban ahí después de la tortura en “el ablande”
como le decían ellos. Mientras se movía siguiendo sus recuerdos, relata: “…acá
en éste lugar, murió José Luis Maldonado. Tenía tétanos y aunque el doctor nos
indicaba qué hacer, lo único que había para darle era aspirina o alguna cosa
así”.
Los horrores descriptos por los testigos fueron dejando detrás un
manto de silencio y conmoción. Los familiares de las víctimas y el resto de los
participantes escucharon con atención sus testimonios, sin poder evitar sentir
una mezcla de angustia e impotencia ante lo ocurrido y solidariamente se
acercaron a darse alguna muestra de afecto, algún abrazo o apretón de manos
para mitigar un poco el dolor.
Pasado el mediodía, la comitiva se desplazó hacia las fosas. Quizás
fue el momento más escalofriante para los presentes, contemplar los cinco pozos
donde fueron inhumados los cuerpos. En uno de ellos se encontraron “trece
restos humanos, doce de ellos identificados” señaló Juan Nóbile, antropólogo.
Entre ellos se encuentran José Máximo Tapia, Damián Octavio Márquez, Pedro Guillermo Corroto, ,Juan Ángel Jiménez, Avelino Alarcón, Miguel Avelino Alarcón, Hugo Alarcón, Ricardo Salinas, Felipe Urueña, Rosario Argañaráz, Eduardo Vizcarra y José Maldonado. Junto a ellos se encontraron
objetos utilizados para incendiar las fosas como cubiertas y trapos, así como
también monedas, cospeles, sogas producto de ataduras y otros. Además, Nóbile
explicó al tribunal cómo fueron removidas las fosas y luego reutilizadas, por
lo que no se pudo determinar cuántas veces se usó ni cuántos cuerpos fueron
inhumados allí.
Las fosas.
A 37 años de la dictadura continúa la incertidumbre para los
familiares, 37 años de vivir con la ausencia y el desamparo, 37 años de no
poder darles un entierro digno a sus parientes, 37 años de no saber dónde
llevar una flor… Espontáneamente se armó un altar junto a las fosas. Familiares
colocaron allí fotos, un mensaje diciendo: “Abuelo te extraño, tu nieto Santi”
y una flor.
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