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La historia en tiempo presente

  • por Julián Miana estudiante de Cs. de la Comunicación para el Diario del Juicio

Francisco Rafael Díaz tiene 91 años.  Ha vivido la historia argentina reciente. Vivió durante la década infame, vivió el ascenso de Juan Domingo Perón y desgraciadamente las múltiples dictaduras. Vivió el regreso a la democracia, vivió el menemismo y hoy, vive el juicio de lesa humanidad “Megacausa Arsenales y Jefatura de Policías”.

Don Díaz, como se refiere a él toda la comunidad de familiares de víctimas, fue secuestrado por la dictadura en 1975  y 1976 en dos episodios y en ambos fue liberado. Su hijo –también llamado- Francisco Rafael Díaz fue secuestrado en 1978.
Don Díaz está presente en el Tribunal Oral Federal de la ciudad de San Miguel de Tucumán, llueva, truene o hagan los cuarenta grados de calor del verano. Siempre llega primero y es de los últimos en irse. Tiene su propio asiento, y al asiento de él nadie lo toca. Él declaró como testigo víctima por su propia causa y por su hijo, que fue visto en Jefatura de Policía y permanece desaparecido.

Elegí entrevistar a Don Díaz porque es un emblema del proceso que es el juicio. Es una persona que ha vivido todas las etapas de la historia del país, y hoy por fin, después de una época como la que le tocó vivir al país desde mediados de los cincuenta hasta la vuelta de la democracia –e incluso después- por fin, Don Díaz, entre muchísimos que también, podrá obtener justicia por su hijo y por él mismo.

Pactada en un bar del centro de Tucumán, un bar chiquito situado entre calle Crisóstomo y 9 de Julio, esta entrevista duró alrededor de una hora. No posee en sí demasiadas preguntas, puesto que el entrevistado me las arrebataba continuamente, con su millar de historias, a cual más interesante. Es imposible para cualquiera querer interrumpir a una persona que puede contar tanto, y todo con un hilo conductor. Me parece pertinente aclarar que durante esta entrevista no pregunté sobre el caso del hijo de Don Díaz. Me parece que su testimonio habla por el caso y no me parecía hacer preguntas que él ya contestó.

Intento narrar la que espero sea la primera de muchas entrevistas a este personaje tan simpático que es Don Díaz. Y fue más o menos así:

¿Así que usted se queda a comer acá [Los días del juicio]?

Digamos que sí, [ríe] a engañar la… [Se señala el estómago]


¿Usted se queda todo el día en el TOF? [Tribunal Oral Federal]

Si, porque me queda lejos ir y volver. Vivo frente al barrio Perón. Que hoy se llama Barrio San Francisco. Hoy nos están conectando la red de agua. Ya hace casi 25 años que estamos ahí, no había luz, no había agua, las calles estaban sin marcarse. La gente empezó a instalarse y bueno. Yo vivía en la calle Lavalle al 3300. Apareció un vecino que me propone que me daba dos lotes y cien mil pesos. Y bueno, a los cien mil me los gasté casi todos en cosas del barrio. Primero era el trámite para instalarse y tramitar la propiedad porque el bicharraco que me dio los lotes los vendió tres y cuatro veces. Era una guerra.

Don Díaz me cuenta episodios relacionados con el barrio y los distintos trabajos que fue realizando para contribuir a hacerlo más habitable. Conforme avanza la conversación me cuenta que a lo largo de su vida ha tenido muchos trabajos: 

“Entré a trabajar en Acherales, habrá sido enero, en el 38 como ayudante de cocina. Me pagaban 0,20 ctvs por persona y 2,40 era mucha plata. Tenía 16 años. Estaba la estación de policías cerca, cuando escuchaban algo venían y al que estaba pasado de copas le quitaban las pocas monedas que le quedaban. 
Era una cosa ahí que vivían como en el salvaje oeste. Se ponían a jugar a la riña de gallos y terminaban a las puñaladas. Me volví [a San Miguel] al mes y medio.”

En mayo del 38 entró a trabajar en un taller. Se afilió al sindicato de los trabajadores de la construcción al día siguiente que empezó a trabajar. En junio comenzaron piquetes masivos. 

“Terminó la huelga, ganamos –me dice con una sonrisa en la cara-. Yo ganaba un peso, pasé a uno veinte. A la semana me dejaron sin trabajo, porque era mucho. Entonces me vuelvo a buscar trabajo.” 
“Y cazo un tallercito en la calle José Colombres casi 24, ahí trabaje como un año, año y medio. En una oportunidad casi pierdo el ojo, cortando un fierro. Me mandan a un doctor que era una eminencia en los ojos. Él me charlaba de las murgas antiguas. Yo estaba atento a la conversación y cuando me doy cuenta me había cosido el ojo. Pero, a la semana que  me dan de baja porque era riesgoso que pierda el ojo. Entonces seguí buscando trabajo. Y emboco en una carrocería que había en Santiago y Catamarca. Trabajé un tiempo ahí. Cobraba 1,50 y esa era mucha plata. 
Seguí buscando trabajo, hasta que encuentro un taller en calle Lucas Córdoba al 1600, donde está el estadio de All Boys. Lindo taller, un taller grande. 
Había como 70 obreros. Ahí cobraba 1,60. 
Después me tocó la milicia [sic]  y me fui a Córdoba”. 

Me cuenta Don Díaz, varias anécdotas de lo que fue el servicio militar, las marchas que realizaban, las direcciones que tomaban, sus tareas, los ejercicios de combate. 

Ahí sí que tuve aventuras. De aquí salimos un seis de enero, regalo de reyes. Había que estar a las seis de la mañana en la estación. 
Se da entonces la revolución del cuatro de Julio de Juan Domingo Perón. Nosotros estábamos con ametralladoras cuidando los caminos. 
Pasó, seguimos normalmente la milicia. 
Buscaban ayudantes para electricista, para sastre. Para muchos cargos. Yo me ocupé del cargo de electricista. Entonces me hago ayudante de electricista. Había que instalar la luz para el campamento, en el cerro. Cuando teníamos que hacer el traslado decido ir en camión –porque era todo cuesta arriba, frente a la falda-. Nos llaman para hacer los ejercicios. Cuando llega la bajada del cerro, hacemos un ejercicio de artillería. La bala era como una gaseosa de tres litros. Esa no hace impacto solamente sino que pegan y explotan. Al frente del puesto había unos animales. Cuando hacen el primer tiro –el cañón estaba atrás del cerro- se mueve la tierra. Segundo tiro, y se borró el blanco. Entonces por la orden cruzamos a la carrera. Había pedazos de animales pegados en los árboles.


Por momentos parece enojarse, recordando las injusticias a las que los sometían los altos mandos. Recuerda a la vez, andanzas con sus compañeros, el mate cocido caliente, cuando les permitían bañarse, cuando les permitían descansar. Todo parece mezclarse en su memoria y salir en forma de un brillo muy particular en sus ojos. También de gestos bruscos o picarescos, muy simpáticos. Relata, cómo en una ocasión su vida se salvó de milagro: 

“Una vez había que subir un cerro que le llamaban Pan de azúcar .Yo podía elegir no marchar porque el médico me había dado permiso, para que si lo necesitaba pida ir en camión. Pero esa vez elegí marchar. A las cinco empezamos a marchar hasta la Falda. Y de la Falda hasta Cosquín. Llegamos a eso de la una. Comimos. Después un baño. A las seis de la tarde había que subir a un cerro que le llamaban pan de azúcar. Al otro lado estaba la ciudad de Córdoba. Para subir había carros con caballos. A mí me hace acordar a la figura de San Martin cuando cruza los Andes. Eran carros pesados. A las cinco de la mañana vemos las luces de Córdoba. Nos dan descanso de una hora. No nos podían levantar del calambre. Cuando no nos podíamos levantar nos agarraban a patadas. Se largó una tormenta poco después. Como a la una había que volver a subir. Cuando llego al camión, terminaba la letra D. Yo era el último de los Díaz. Era jefe de grupo reemplazante. Primero tenía que subir toda la tropa, entonces quedé afuera. Subí en el siguiente camión. Cuando llega el otro camión arriba del lago, se desbarrancó. Había cuatro o cinco muertos, y varios heridos. 

Don Díaz está viendo las imágenes, puedo verlo. El carro volcado, sus compañeros heridos. Al compañero que “un fierro le entró por acá [cerca del hígado] y le salió por acá [la espalda]” y niega con la cabeza. Sesenta años después, aún no puede creerlo. Se hace un silencio largo y sigue hablando. 

“Con el tiempo llega la baja. Yo me tuve que quedar hasta el final porque había que darle agua al batallón y yo era ayudante de electricista. En esa época fue el terremoto de San Juan [Enero de 1944] nosotros estábamos en la Rioja. Nos pasan a San Juan. 
De solo estar se movía como una tabla el piso. 
Cuando llegábamos veíamos las casas rotas, paredes de galpones grandes que parecían haber sido hechas de barro.

Sus manos se extienden haciendo un círculo a toda la mesa, y la mano derecha pasa horizontal, señalando la destrucción que vió.

“Al otro día había que salir a remover escombros. Llegamos a una casa, y nos encontramos con una familia que por el miedo había salido corriendo y se habían olvidado del chiquito. Entonces había que buscarlo. Sacamos los pedazos y lo encontramos. Vieras de lindo, una criatura hermosa. Me dio una pena”. 

La cara destella de pena. Es una persona que tiene tanto para contar. Ha visto demasiadas cosas.

“Más adelante había un casamiento. Los novios frente al altar. Otra pareja, acaba de salir a la calle. Esa se salvó. Se hundieron los que estaban en el altar junto con el cura. Habían puesto una aplanadora para remover los escombros. Yo sugerí romper los pedazos pero no me hicieron caso. La pareja y el cura se murieron de angustia. 
Llegó la baja.”

Me cuenta de su regreso a Tucumán.

“Cuando volví a trabajar, de los 70 obreros del taller, quedaban solo cuatro. Resulta que ya estábamos en plena guerra [la segunda guerra mundial] entonces no entraban los materiales de Europa. 
La harina y el azúcar que se comían en esa época, eran negras. En esa época me toca ir a Buenos Aires. Había puestos de abastecimiento. Como Ferias que tenía el gobierno para comprar, pero no se podía comprar mucho. Todo se mandaba para Europa.”



Menciona a su hermano, que hizo la aviación en Morón y luego, cómo ha seguido la vida de su hermano. Se nota que lo quiere, se nota que Rafael guarda con cariño muchos detalles de la gente que quiere. Que no es una persona rencorosa, pues no habla mal de nadie, en ningún momento.
Poco después me dice que se le ha hecho tarde y que se tiene que ir. Que “la seguimos en otro momento”, cosa que me llena de alegría.

Hoy Don Díaz vive en el Barrio 11 de Marzo. Toma el colectivo de la línea 10 para llegar al TOF, y es el primero en llegar, e instalarse en su lugar para escuchar la audiencia de cada jueves y de cada viernes. Han quedado en el tintero anécdotas que me contó en los “recreos” –cuartos intermedios- durante los días de audiencia. De cómo llegó a ser un delegado provincial del Partido Comunista, de cómo viajó a Moscú y qué hizo ahí, de su militancia en Tucumán, y de muchos otros viajes. Pero como dijo, la seguimos en otra.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Hermoso relato. Don Díaz representa a muchos de nuestros abuelos que a pesar de los años siguen esperando justica, no con rencor ni odio, sino con mucha esperanza de saber que fue de nuestros familiares y compañeros y con el sueño de que las nuevas generaciones tomemos esas banderas de lucha y la llevemos hasta la victoria, tal cual nos enseñó Evita. Saludos, Espero la segunda parte
susana martin ha dicho que…
impresaionante !!!!yo lo admiro tanto a don diaz!!!seguire esperando lo que sigue la verdad me emocione hasta las lagrimas,,un dia en el TOF le digo ""Don diaz pongase un sombrero porue hace mucho calor y a ud le va a hacer mal el sol""y el me contesto..NOOO que van a pensar ????que soy del campo y que deje atado el caballo en la esquina..y yo me rei mucho...es un ser increible..
Unknown ha dicho que…
hoy:mas que nunca hay que exigir justicia.
Hoy, entre todos los saqueos, leer esto y pensar que no somos un pais perdido, que hay mucho por seguir luchando, que mas que nunca hay que seguir unidos.
Aguante Don Diaz¡ que esos ojos nunca perderan su brillo¡¡¡

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